Comentario
Capítulo LXXXIX
De cómo Alonso de Alvarado salió de Trujillo para poblar una ciudad en los Chachapoyas
Pocos días estuvo en Trujillo Alonso de Alvarado cuando salió con los caballos y peones que pudo juntar para la población y conquista que iba a hacer, y anduvo sin parar hasta que llegó a Cochabamba, donde había dejado los cristianos que en el capítulo pasado dije. Mandó que todos los que con él se habían juntado saliesen en público, porque quería ver cómo estaban armados. Los peones se mostraron con rodelas y espadas, o ballestas, y sayos cortos colchados recios, provechosos para la guerra de acá; los caballos, con sus lanzas y morriones y otras armas hechas de algodón. Dio cargo a un Luis Valera de los ballesteros. Los indios, como lo vieron volver con tanta gente, y conociendo lo que todos: que los españoles son molestos, a los más pesaba porque salió verdad lo que habían dicho. Asegurólos lo más que pudo. Partió de Cochabamba para Levanto: donde después se pobló el pueblo, como diremos. Supo cómo los moradores de las provincias lejanas y apartadas de allí se habían indignado con los que lo eran de las tierras por donde él había andado, porque les habían dado favor; y éstos de Levanto le importunaron les diese algún favor, para salir contra unos de éstos que tenían por enemigos, que venían a les robar sus campos y heredades; naturales de una tierra que llamaban Longia y Xumbia. Holgó Alvarado de ello; y a Rui Barba de Coronado mandó que con algunos fuese en ayuda de los indios sus confederados, los cuales ya estaban juntos y puestos a punto con sus armas; y fueron hasta una fuerza llamada Quita, donde estuvieron algunos días. Los que venían de guerra supieron de su estada en el fuerte; vinieron contra ellos a tener batalla; salieron los cristianos con los caballos, que los espantaron de tal manera, que volvieron las espaldas. Fueron los nuestros siguiendo hasta que se vieron en grande aprieto; que fue, que estando la yerba seca del estío y muy alta, pusiéronla fuego, y los cercaron. Hacía viento; andaba el fuego tan temeroso, que pensaron perecer; no lo podían apagar ni salir de él; reíanse los enemigos, que con esta ayuda, pensaron matarlos. Rui Barba, con otro, que había por nombre Pero Ruiz, con sus caballos, salieron por un cabezo y no tan ligeramente que no fuese rodando, por él deyuso, el caballo de Pero Ruiz, a vista de los indios y cristianos. Rui Barba encomendóse a Dios, acometió a todo el poder de ellos, viniendo luego sus amigos, que les tiraban muchos dardos y jaras, y los apretaron tanto, que les hicieron huir, habiendo ya remediado el fuego; de manera que sin peligrar, salieron los que estaban en él. Supo Alvarado este suceso; partió con los que con él habían quedado hasta entrar en la provincia de Langua, donde procuró tratar paz con los naturales amonestándoles quisiesen tenerla con él. Conociendo que les estaba bien, vinieron en ello. Y como hubo asentado aquella tierra, partió a otra provincia que está hacia la parte de levante, llevando muchos de sus confederados para que le ayudasen, llamada Charramascel, donde, como llegó, asentó el real en un llano de campaña, cerca de otra tierra llamada Gomera, donde vivían unas gentes belicosas y que, para entre ellos, se tenían por muy valientes; y no solamente no habían querido salir de paz a los españoles, mas antes burlaban de los que la habían hecho; blasonando del alrez, mostrábanse tan feroces, que ya les parecía tener en su poder a los caballos y cristianos. El capitán, no deseando derramar sangre, les envió mensajeros, para que le viniesen a ver, prometiendo de no enojar a ninguno de ellos. No bastó su diligencia, que fue causa que luego mandó a Juan Pérez de Guevara que, con veinte españoles, partiese para dar guerra aquellos que no querían paz. Tuvieron aviso de los mismos indios que andaban con los cristianos, lo cuales les aconsejaron que no aguardasen a los que iban contra ellos, porque iban muy airados; temieron luego el negocio, porque ya veían que estaban cerca el cortar de las espadas, y con muy gran cobardía desampararon sus propias casas y fueron huyendo de solos veinte cristianos que contra ellos iban; los cuales, como no hallasen indio ninguno aunque los buscaron diligentemente, volvieron a dar aviso al capitán el cual partió luego para un pueblo llamado Carrasmal, donde le salieron de paz los naturales, holgando de tener confederación con los españoles.
Y pasados algunos días, Alvarado salió descubriendo a la parte de levante todo lo que más podía de aquellas comarcas; pasó por un páramo frío y yermo, deyuso de él estaba un pueblo pequeño, donde supo cómo la tierra adentro había grandes pueblos y muy poblados, los cuales unos con otros habían hecho liga para le dar guerra. Alvarado procuró, como esto oyó, de los atraer blandamente a la sujeción de los españoles; y así hizo luego mensajeros, partiendo él con los españoles hasta llegar al pueblo de Coxoco, donde los moradores habían salido huyendo por miedo de los caballos. Súpolo Alvarado, mandó a tres españoles que se pusiesen en salto por algún camino y procurasen de tomar de los indios que pudiesen, para guías, la noche estuvieron en vela sin poder tomar ninguno, volvieron al real. Aquella tierra es muy poblada y los incas siempre tuvieron gente de guarnición, porque es gente esforzada. Como veían que los españoles andaban por ella contra su voluntad y que absolutamente se hacían señores de todo, como si por herencia les viniera, bramaban de enojo; mostrándose muy iracundos, se juntaban armados como ellos usan, a les dar guerra, menospreciando la paz prometida; confiaban en la muchedumbre de ellos y en ser tan pocos los cristianos, y que el camino que traían era por laderas y sierras altas y algunos valles hondables; pusieron velas por todas partes para salir cuando estuviesen cerca. Alvarado tenía de todo aviso; marchaba con buena orden; supo que los indios se habían puesto una bien alta sierra por donde salía el camino, para ser señores de lo alto. Como llegó al pie de la sierra, mandó a Pedro de Samaniego que con treinta españoles tomase el lado occidental de la sierra, y a Juan Pérez de Guevara por el otro lado con otros treinta; los amigos confederados, que eran más de tres mil, en otras partes, para acometer a los enemigos, cuyo capitán principal se llamaba Gueymaquemulos; los caballos prosiguieron por el camino real, yendo en el avanguardia Varela con ciertos ballesteros. Supieron los enemigos la división de los españoles; un capitán de ellos, llamado Ingocometa, comenzó de animar su gente, esforzándolos a la pelea con grandes voces que daba. Como le oyeron, comenzaron de abajar contra los nuestros, estando gran cantidad de ellos juntos, y de los primeros tiros hirieron el caballo de Alvarado; y le pasaron con un dardo de palma, sin tener hierro, el arzón delantero, de parte a parte; mas ya el capitán de los caballos, que con él estaban, los seguían de tal manera, que mataron algunos de ellos, y los demás, con muy grande turbación, comenzaron de huir, haciendo lo mismo los que estaban en aquellos lugares de la sierra por donde fueron Juan Pérez de Guevara y Pedro de Samaniego.
Quedado el camino seguro, los españoles se juntaron los unos y los otros, trayendo los amigos el bastimento que hallaban en la comarca, destruyendo lo que hallaban hasta quemar las casas, que fue tanta la desesperación para los naturales, que ellos mismos ruinaron sus campos y pueblos, quejándose a Dios, de los cristianos, pues estando en tierras lejanas, habían venido a los destruir totalmente. Alvarado, como vio el gran daño, pesóle; deseaba que se tomasen algunos de aquellos indios, para les persuadir no fuesen locos ni ellos mismos se hiciesen tal guerra; para lo cual llamó a un cuadrillero, llamado Camacho, que con cuarenta españoles y quinientos, o mil, amigos fuese a lo procurar. Habían partido de otra provincia, llamada Hashallao, cantidad de cuatro o cinco mil hombres de guerra, para dar favor a los que ya habían sido desbaratados; encontraron los españoles con ellos. Requiriéronlos muchas veces con la paz; no bastó: fue causa que los nuestros moviesen contra ellos, yendo delante con las ballestas Antonio de la Serna, Juan de Rojas, Antonio de San Pedro, Juan Sánchez, y como lanzasen de ellas algunas jaras, haciendo daño en los indios, se espantaron de novedad tan extraña, huyeron; porque luego se acobardaban si no ven ganado el juego. Fueron los españoles siguiéndolos. Habían acudido de la tierra algunos indios a se juntar con los otros, y de ello fue nueva al capitán, mas como mandó salir algunos caballos en su favor, volvieron las espaldas y con mayor prisa huyeron. Los cristianos durmieron aquella noche en el lugar más seguro, y otro día se juntaron con Alvarado.
De Trujillo habían venido en su busca algunos españoles para se hallar en aquella conquista. Salieron de aquel lugar: la tierra estaba abrasada: faltando bastimento; mandó el capitán a Balboa que con algunos españoles e indios de los amigos fuesen a un pueblo llamado Tonche, a recoger bastimento. Los indios de guerra, puesto que habían sido requeridos con la paz por parte de Alvarado, no habían querido volver a poblar sus tierras, antes andaban en cuadrillas por los altos, tratando mal a los españoles, llamándolos ladrones y otros nombres feos; el cual determinó de salir en persona a los buscar, y fueron puestos a punto cuarenta rodeleros y ballesteros, con que salió, llamando los indios amigos, que convino, en su ayuda.
Caminando por una tierra fría y áspera anduvieron todos un día sin poder topar cosa ninguna. La noche les fue forzado pasar la ribera de un río en un verde prado, donde, venido el día, partieron hacia un río grande; mas no habían andado media legua cabal, cuando oyeron dar grandes gritos, a los cuales fueron algunos de los españoles de los que eran más sueltos y hallaron que un escuadrón de los naturales, que andaban de guerra tenían grita con los más de sus amigos y confederados, estando de la otra parte del río. Como llegaron los cristianos, huyeron sin más aguardar. Siguiéronlos, quedando el capitán aguardando a que volviesen del alcance, que duró hasta que metieron a los enemigos por unas estrechuras, donde, temiendo no quedar en poder de los españoles, ellos se tomaban la muerte temerariamente, porque se echaban en el río y salían de la otra parte con gran ventura los que sabían nadar; los demás fueron ahogados. Había entre los cristianos uno llamado Prado, que entendía algo de la lengua; amonestaba a los que estaban de la otra parte del río no fuesen locos en andar, como andaban, de collado en collado como huanacos, trayéndolos el diablo engañados, por les llevar las almas: que dejasen las armas y saliesen al capitán como amigos y que los trataría con mucha benignidad. Respondió un capitán, que se decía Xodxo, que no estaba entre ellos su cacique, a quien debían enviar su embajada, porque en su mano estaba la paz o la guerra. Con esto se juntaron con Alvarado, que aguardándolos quedaba donde se dijo, de donde partieron luego. Descubriendo por aquella parte la provincia, les tomó un agua acompañada de truenos y relámpagos, que les dio mucha fatiga. Ya habían gastado lo que habían sacado en las mochilas, tenían hambre; remedióla un yucal que hallaron, donde se dieron buena maña: arrancar y comer de aquellas raíces. Durmieron en dos casas de paja yermas; parecióle a Alvarado que sería buen consejo volverse al real, pues no topaba con la gente de guerra ni podía traerla de paz.
Apercibiendo luego a Pedro de Samaniego que con cuarenta españoles de espada y rodela y ballesta y algunos amigos fuesen a la provincia de Chillio, que estaba rebelde, y procurase de hacer la guerra a los naturales con todo rigor. Partieron del real con esta determinación; caminaron por una sierra alta y llena de monte; hubieron aviso de ello los indios cómo iban a su tierra, nueva tan temerosa, que sin osar aguardar en los pueblos los desamparaban, dejando las casas yermas. Llegaron los cristianos a uno de estos lugares, que era del señor principal, llamado Conglos, donde hallaron mucho bastimento y algunas manadas de ovejas y aves. Los amigos, que pasaban de dos mil, hicieron cargas, de lo que pudieron, para llevar al real, destruyendo lo que ellos querían. Habían quedado por los cabezos algunos de los que habían desamparado el pueblo, como vieron la destrucción que se hacía en sus haciendas, llenos de dolor e ira, dieron mandado a sus capitanes, los cuales juntaron más de cuatro mil indios hombres de guerra, y puestos en lugares por ellos escogidos y muy sabidos, aguardaron a los cristianos y sus amigos, que ya salían por ellos. Los indios que iban cargados de bastimentos huyeron como liebres, dejando solos a los cristianos; los cuales, como oyeron la grita y estruendo tan grande que daban los enemigos, movieron para ellos; y después de haber muerto y herido a muchos de ellos con las ballestas y espadas, los demás huyeron, dejando a los nuestros bien cansados y con no más daño que una herida que dieron a uno en el brazo; y como mejor pudieron dieron la vuelta y se juntaron con Alvarado.